Es una figura fundamental dentro de la figuración que se desarrolló en España durante el siglo XX, con gran insistencia en la representación femenina, a veces con postulados cercanos a Balthus ("El vino de Kios, 1935). Otras veces cercano a un expresionismo internacional de temática religiosa ("Descendimiento", 1930-1931). En 1920, con solo 17 años viaja a París, sin prácticamente ninguna formación académica. Sebastián Sunyer le proporcionó una carta para que se presentase a Picasso, quien lo "adoptó" a manera de alumno. Picasso estaba en su época clasicista de "vuelta al orden", estilo que adoptará Pruna en adelante, si bien la forma suave y delicada de entender las formas plásticas por Pruna, influyeron en el propio Picasso, según Jean Cocteau. Gracias a Picasso se relaciona con toda la intelectualidad vanguardista de París. La figuración de Pruna se caracteriza por su línea estilizada y diáfana, y sintoniza con la vuelta al orden posterior a la ruptura que supusieron las vanguardias. Ello permite comparar su arte con corrientes europeas del momento, como los "valores plásticos" italianos ("Cabeza de escayola y tulipán", 1929).
El interés de Pruna se centró en el retrato y sobre todo en la figura femenina, en forma de desnudos y escenas de inspiración mitológica. También pintó algunos bodegones.