El cráter no tiene origen volcánico sino humano. A principios de los años 70 un grupo de geólogos soviéticos andaba haciendo perforaciones por la zona buscando petróleo, gas natural y demás fuentes de energía fácilmente vendibles a cambio de divisas. En un momento dado encontraron una cueva que estaba hasta arriba de gas natural. Al perforar derrumbaron todo el techo de la cueva sobre ésta, formándose así el cráter de setenta metros de diámetro. Al percatarse del escape de gas, que podía resultar muy perjudicial para cualquier cosa que se acercara, los geólogos decidieron prenderle fuego, esperando que éste se extinguiera en unos días, pero no ha dejado de quemarse en más de 35 años.
El pozo o cráter de Darvaza es un agujero en el desierto de casi setenta metros de diámetro (ver en Google Maps). No hay absolutamente nada en diez kilómetros a la redonda, ni tampoco en cien, salvo la aldea que le da nombre y la carretera y el ferrocarril que van hacia Uzbekistán. De día resulta llamativo por su amplitud y por su aparente carencia de sentido. Un enorme boquete en mitad de la más profunda y angustiosa de las nadas. Pero si de día impresiona, al anochecer resulta inquietante. En las horas previas a la desaparición del sol bajo el horizonte, el cráter va adquiriendo la consistencia de las puertas del infierno, resaltando la luz de sus llamas en la cada vez más reinante oscuridad. Cuando desaparece la luz natural, quedan el silencio y la oscuridad quebrados por las llamas del cráter.