Vaya forma de vivir la Navidad, con eso de las pelotitas rojas, los arbolitos y el gordito aquel, también vestido de rojo y de barba blanca. Es un tiempo que para algunos se reduce al uso de tarjetas de crédito a destajo, cintas y papeles de colores, quizá una tarjeta garabateada con una portada de colores exóticos que no dicen nada o alguna figura abstracta donde se desea “Feliz Navidad y un Próspero Año Nuevo” en letras de molde, y manuscrito un “para usted y familia”, así protocolarmente y a la distancia, sin que ello signifique nada más que un saludo al pasar, porque hay que enviarle una tarjeta al cliente o al jefe. Quizá en la noche una muy opípara cena y un muy surtido árbol de regalos, donde la escandalera de los niños es la única alegría parecida a un comercial de las grandes tiendas, en que una familia tradicional es representada simplemente por la capacidad de consumo que es capaz de desplegar.
No parece que eso sea la Navidad.
Siguiendo la onda, pero despegándose un poco del suelo, es posible pensar por un momento en todas aquellas miles de familias que en la Nochebuena no tendrán la posibilidad de celebrar. Vaya al supermercado más cercano y compre algunas cosas que a usted le parecerían más adecuadas para cenar, ponga quizá algunos artículos de esos que se denominan “de primera necesidad”. Suba al auto y enfile hacia un barrio pobre de la ciudad. No tema que le asalten, la pobreza no necesariamente es sinónimo de delincuencia.
Busque una casa humilde, será capaz de encontrarla, hay muchas. Golpee la puerta, y cuando unos cuantos pares de ojos sin esperanza le miren, no les pregunte nada, simplemente entrégueles el presente y dígales “Feliz Navidad”. Si le responden “que Dios le bendiga”, es propio de los humildes agradecidos, y hace bien. Luego simplemente vuelva sobre sus pasos, eso es todo. O quizá usted está enojado con alguien que alguna vez fue importante. Todos tenemos esas cosas pequeñas. Vaya donde el prójimo y dígale simplemente que ya está bueno, que para qué más rencores. Tiéndale la mano o extiéndale un abrazo, así, con la simpleza de quien no tiene nada que temer. Dígale que la vida es un regalo, o quizá explíquele que tarde o temprano todos dejamos de existir, y que no vale la pena irse así, con el enojo y la incertidumbre de si fue bueno alejarse por algo tan pequeño.
El sentido de la Navidad está en aquellas pequeñas tareas que hacen bien a los demás, eso que ocurre a hurtadillas, sin ampulosidades ni reconocimientos públicos.
Caramba que nacer en un pesebre es una de las cosas más humildes y grandiosas que se pueden concebir. Cuando el posadero le dijo que no a esa pareja que buscaba un lugar donde dormir, con esa mujer maravillosa y encinta como estaba, equivale a todas las negaciones que a diario hacemos al ser humano.
Y es posible, al menos en Navidad, intentar crecer un poco. No se trata de que no haya regalos para los nuestros, sino más bien de entender que más allá de lo material, algo late en el corazón de todos, y que el pavo o pollo de Navidad no es nada comparado con hacer un regalo de verdad a alguien que lo necesita de verdad.
visto en: Cronica.
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